La España interior ha tenido que quedarse prácticamente desierta para que se la tome más o menos en serio como problema. Ahora bien, la ya manida España vaciada se encuentra ahora amenazada por un aluvión de propuestas económicas y administrativas que, lejos de anunciarle un porvenir, parecen imponerle medidas suicidas, en el mejor de los casos dañinas, cuando no abiertamente perversas.
Quien la conoce y la habita sabe que el tema de su despoblación, más que una novedad, es una dolencia crónica que de vez en cuando la atormenta con sus profecías y achaques. Quienes todavía formamos parte de ella la notamos especialmente herida, pero no tanto en sus caudales y pobrezas, sino más bien por el lado del carácter, el espíritu, la Épica.
Sorteando las trampas del folclore y el turismo, no hay otra salida que recordarla digna de amor, ocuparla como un lugar donde vale la pena quedarse. De lo contrario quizá· merezcamos el infierno que se nos tiene prometido.